El inevitable final de las dictaduras en las Américas

Carlos Sánchez Berzaín entrevistado por Carla Angola: Durante este siglo, la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina ha experimentado cambios profundos, marcados por la discontinuidad y la pérdida de un enfoque bipartidista que fue clave durante los años 90. Este periodo se caracterizó por la cooperación regional basada en la democracia, los derechos humanos, la lucha contra el narcotráfico y la protección del medio ambiente, consolidada en la Primera Cumbre de las Américas celebrada en Miami en 1994. En este evento histórico, 84 países acordaron compromisos fundamentales que definieron la política de integración y fortalecimiento democrático en la región.

La década de los 90 representó un esfuerzo unificado para enfrentar el crimen organizado, erradicar cultivos ilícitos y fortalecer las democracias en países como Colombia, Perú y Bolivia. Estos avances fueron posibles gracias a la continuidad entre los gobiernos de George H. W. Bush y Bill Clinton, que compartieron una visión común sobre la cooperación regional. Sin embargo, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 redirigieron las prioridades de Estados Unidos hacia la lucha contra el terrorismo, debilitando el enfoque en América Latina.

Con el cambio de enfoque, surgieron en la región movimientos populistas liderados por la alianza Chávez-Castro-Lula, que transformaron el panorama político y dieron lugar al «Socialismo del Siglo XXI». Este fenómeno trajo consigo un aumento de las dictaduras en países como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia; y el Ecuador de Correa. Además, gobiernos democráticos alineados con estas dictaduras, como los de México, Colombia y Brasil han dificultado el retorno a un orden democrático sólido en América Latina.

La situación migratoria se ha convertido en un desafío crítico para Estados Unidos, con flujos masivos de personas desplazadas por las crisis en países gobernados por regímenes autoritarios. Estas migraciones, utilizadas como armas de presión política, no solo afectan a Estados Unidos, sino también a países vecinos como Colombia, Perú y Chile. La solución, según expertos, pasa por abordar las causas de raíz: la caída de las dictaduras y el restablecimiento de la democracia.

En este contexto, la lucha por la democracia en Venezuela ha cobrado relevancia. Las recientes elecciones y la narrativa en torno al fraude electoral han puesto de manifiesto el debilitamiento del régimen de Nicolás Maduro. La comunidad internacional, liderada por Estados Unidos y la Unión Europea, reconoce al candidato opositor Edmundo González Urrutia como presidente electo, marcando un posible giro en la política regional.

El rol de Estados Unidos en este nuevo escenario parece dirigirse hacia un fortalecimiento de la democracia en la región. La designación de figuras clave como el asesor de seguridad nacional y el secretario de Estado sugiere un renovado interés por terminar con las dictaduras y enfrentar las amenazas híbridas provenientes de estas, como el narcotráfico y las migraciones forzadas.

El reto para Estados Unidos no solo implica proteger sus fronteras y su seguridad nacional, sino también liderar una estrategia internacional que promueva la estabilidad y el desarrollo democrático en América Latina. Este esfuerzo es crucial para contrarrestar la influencia de regímenes autoritarios y sus aliados extracontinentales como Rusia, Irán, China y Corea del Norte, que buscan desestabilizar la región.