junio 28 2014
CARLOS SÁNCHEZ BERZAIN*
(Larepublica.ec) No equivocarse en la definición de quién es el adversario y en reconocer cuál es el problema principal, son las bases de una buena estrategia. Lo demostró James Carvell, el estratega electoral de Bill Clinton para ganar la campaña de 1992, cuando urgido de mantener la atención y concentrar el trabajo del candidato en el tema adecuado, pegó un cartel en la oficina de campaña en el que resaltaba “la economía estúpido!”, frase que después se popularizó como «¡Es la economía, estúpido!».
Cuando expertos, analistas, académicos, políticos, burócratas, perseguidos y los interesados en asuntos de América Latina trabajamos sobre cuestiones políticas de la región o de un país específico, frecuentemente cometemos el error de no enfocar el principal factor de alteración de la normalidad política y democrática, que ejerce hoy importante influencia y es la amenaza mas grande contra la libertad, la democracia y la estabilidad institucional de los estados en las Américas: el castrismo.
Castrismo es la denominación política del régimen dictatorial impuesto por Fidel Castro en Cuba desde 1959 y que somete sus habitantes hasta el presente. Es el movimiento político de ideología comunista en el que el régimen dictatorial de Cuba se funda. Es una variante del comunismo con contenidos nacionalistas, antimperialistas, de solidaridad latinoamericana y declaraciones de justicia social. Pero, es fundamentalmente el sistema político dictatorial con fundamentos comunistas, pragmático, amoral y desarrollado con el principal objetivo de mantenerse indefinidamente en el poder.
En estado de extinción, en el peor momento del denominado periodo especial el castrismo fue resucitado por Hugo Chávez y el dinero de Venezuela. Así Castro y Chávez construyeron lo que hoy denominan “socialismo del siglo XXI”, que solo es castrismo disfrazado, el foquismo armado de los 60 convertido en foquismo electoral. Con la misma ideología y método el castrismo ha logrado expandir su proyecto dictatorial a Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, controlar los países del Caribe y otros de América. Ha creado organizaciones de acción política internacional como el Alba, la Celac; controla la mayoría en la OEA para someterla y paralizarla; digita el G-77, el mas numeroso grupo de presión dentro de la ONU, al punto de lograr que la Cuba dictatorial sea miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Desde que el castrismo tomó impulso con el dinero venezolano, el nivel de conflictividad interna en las democracias de las Américas se incrementó. Volvieron las conspiraciones y derrocamientos de gobiernos democráticos disfrazados de reivindicación como en Bolivia y Ecuador. Instauraron los “golpes blandos” sustituyendo la institucionalidad y creando una “legalidad ilícita”, para dar paso a las dictaduras del siglo XXI que hoy conocemos.
Impusieron el discurso antisistema de liquidación de los partidos políticos, creando la crisis de la política para generar la crisis del estado democrático y repusieron el discurso antiimperialista. El exilio cubano se volvió latinoamericano, proliferaron la persecución política, las masacres, los presos políticos y el asesinato de la reputación. El respeto a los derechos humanos quedó reducido a pretexto para acusar a sus víctimas. Las técnicas castristas se convirtieron en franquicia.
Los gobiernos democráticos mas fuertes prefirieron la transacción que la confrontación con el castrismo y así bajaron el nivel de conflictividad interna alentado por los operadores castristas con dinero venezolano. De esta manera se instaló en La Habana un oráculo por donde pasaron los hijos, los aliados, los admiradores, los prudentes, los asustados y los sometidos por el castrismo (cada quien elija su lugar). Los presidentes democráticos “prudentes” se llevan bien con el castrismo pues eso garantiza controlar el nivel de conflictividad político-social interna, un buen pasar respecto a su imagen y tranquilidad cuando hayan dejado el poder. El precio parece razonable pues los males están en otros países.
El dictador cubano es ahora llamado presidente y recibe ese tratamiento por presidentes democráticos. La dictadura pasó a cumplir el rol de “mediadora” de los conflictos y guerrillas que ella misma generó y sostiene. Ningún gobierno de las Américas recuerda es signatario de la Carta Democrática Interamericana e ignora las violaciones y la pérdida de democracia en otros estados. Las embajadas cubanas en las américas son las mas influyentes. Así construyeron el “imperialismo castrista”, un fenómeno de un país inviable, sometido a dictadura, pero con el poder que describimos, toleramos y sufrimos.
Cuando la crisis de Cuba de la mano del comunismo y la corrupción- llegó a Venezuela, como llegará todas las dictaduras del socialismo del siglo XXI, el castrismo aplicó los implacables métodos de sostenimiento de su propio régimen dictatorial, demostró que el problema de la recuperación de la democracia en Venezuela no es un asunto entre venezolanos, es parte de la ocupación del imperialismo castrista. Y los presidentes democráticos continuaron con su política prudente de “No problems”.
Quien no lo reconozca sufrirá las consecuencias. ¡Es el castrismo…!
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy