Carlos Sanchez Berzain entrevistado por Claudia Palacios: Fidel Castro estableció un modelo dictatorial en Cuba desde 1959, que sirvió como referente para las estrategias de expansión del comunismo en América Latina tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Este modelo, inicialmente impulsado por la dictadura cubana, evolucionó en el siglo XXI hacia un populismo conocido como socialismo del siglo XXI o Castro-chavismo, liderado por figuras como Hugo Chávez en Venezuela. Este movimiento político transformó democracias en dictaduras en países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, pasó por Ecuador con Correa, dejando un legado autoritario que aún persiste en varias naciones de la región.
A partir de 2006, líderes como Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua implementaron medidas para consolidar sus regímenes, copiando elementos de las constituciones de Cuba y Venezuela. Estas acciones incluyeron cambios simbólicos, como la modificación de banderas y escudos, y legales, como la creación de estructuras gubernamentales para perpetuar su poder. Estos regímenes, aunque distintos en su implementación, comparten características como la eliminación de derechos fundamentales, el control de las instituciones y la represión de la oposición.
La sostenibilidad de estas dictaduras enfrenta severas limitaciones. Internamente, la quiebra económica y la miseria en países como Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua han debilitado a estos regímenes. Además, la narrativa revolucionaria ha perdido atractivo, especialmente entre las nuevas generaciones, que se rebelan contra los sistemas que los adoctrinaron. Este desencanto se refleja en protestas masivas y constantes, como las de Cuba en julio de 2021, que demandan cambios democráticos y mejoras en la calidad de vida.
Otro factor que socava la legitimidad de estas dictaduras es su vínculo con la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado. Estos elementos no solo representan una amenaza para sus ciudadanos, sino también para la estabilidad regional. Por ejemplo, Venezuela ha experimentado un éxodo masivo de su población debido a la crisis humanitaria y económica, mientras que las estructuras de poder continúan beneficiándose de actividades ilícitas.
Las democracias de América Latina, en muchos casos, han sido cómplices indirectos de estos regímenes al mantener relaciones comerciales o políticas. Países como México y Brasil han brindado apoyo económico y logístico a Cuba y Venezuela. Además, organismos internacionales no han aplicado sanciones contundentes que inhabiliten a estos regímenes para continuar operando. La resistencia civil de los pueblos exige un cambio en la política exterior y el cumplimiento de la Carta Democrática Interamericana.
La caída de estas dictaduras parece inevitable debido a la presión interna y externa. La resistencia pacífica de los ciudadanos, combinada con el aislamiento económico y político, está erosionando su capacidad de gobernar. En países como Venezuela, el liderazgo de figuras opositoras como María Corina Machado y el reconocimiento internacional de Gonzáñez Urrutia como legítimo ganador de las últimas elecciones apuntan hacia una transición democrática. En este contexto, la comunidad internacional y las democracias de la región tienen la responsabilidad de apoyar estos procesos, asegurando que los principios democráticos prevalezcan.