(Diario Las Américas) La crisis humanitaria a la que ha llevado el castrochavismo al pueblo de Venezuela, está forzando a los gobiernos de la región y del mundo a recordar la importancia de defender la democracia. El acelerado y despiadado proceso de consolidación de la dictadura de Nicolás Maduro lo ha convertido en indeseable, objeto de repudio general y en una amenaza para la paz y seguridad internacionales. Solo los regímenes de Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador defienden a Maduro, mientras se fortalece un nuevo tiempo de cero tolerancia a las dictaduras en las Américas.
En lo que va del siglo, pero sobretodo después de la Carta Democrática Interamericana (Lima-Perú 11 de septiembre de 2001) la mayoría de los gobiernos de la región, permitieron, coadyuvaron o participaron en la formación de las dictaduras del socialismo del siglo XXI o castrochavistas. Unos por acción y otros por omisión, pero casi todos bajo la irresistible presión de los recursos venezolanos malversados por Hugo Chávez, los negocios del Foro de Sao Paolo -ahora en destape con el “lavajato” brasilero- o la amenaza y el miedo operados por Fidel Castro y su renovada capacidad de desestabilización con recursos de Venezuela.
Soslayaron como renuncias los derrocamientos de Argentina (2001), Bolivia (2003) y Ecuador (2000 y 2005) y del Secretario General de la OEA (2004); convirtieron a la dictadura cubana en referencia política y luego le reconocieron liderazgo regional; permitieron la vergonzosa violación de los objetivos y principios de la OEA bajo presión de Chávez y Castro en los 10 años de gestión de Insulza como Secretario General.
Se dejaron seducir o constreñir por un sistema de crimen organizado que ha reemplazado la política, controlando el poder en Cuba con los Castro, en Venezuela con Chávez y Maduro, en Bolivia con Evo Morales, en Nicaragua con los Ortega, al parecer aún en Ecuador con el esquema de Correa, e influyendo con dádiva petrolera en los países del Petrocaribe.
Lo que hoy sucede en Venezuela es resultado de casi dos décadas de progresivos y sostenidos atropellos a la libertad y la democracia, violaciones a los derechos humanos, persecuciones, fraudes electorales, corrupción, violación de la soberanía, enajenación del patrimonio nacional, asalto a los recursos del estado y privados, suplantación institucional, asesinatos, masacres, liquidación de la libertad de prensa, terminación del estado de derecho, desaparición de la división e independencia de los poderes públicos, control de la oposición, presos y exiliados políticos, narcotráfico y todo lo necesario hasta hacer de Venezuela un “narcoestado dictatorial castrista con crisis humanitaria”.
Guardando tiempos y distancias, parece la historia de Cuba de los sesenta que se repite. La dictadura debe consolidarse y entonces encarcela, reprime, mata, genera hambruna y fuerza por miedo e inseguridad la migración de los ciudadanos que podrían hacerle frente. El detalle es que estamos en el siglo XXI con revolución tecnológica y comunicacional, con internet, redes sociales e información ciudadana en tiempo real, que muestran a la dictadura criminal y antinacional que hoy oprime a los venezolanos. A diferencia de la Cuba de los sesenta, la falacia ideológica, el pretexto liberador y la retórica antiimperialista ya no convencen a nadie.
Por estas razones el dictador Maduro en Venezuela tiene muy pocas probabilidades de sostenerse en el poder ilegítimo que detenta. La comunidad democrática internacional, ha entendido que por interés y seguridad propia debe evitar que Venezuela sea la segunda dictadura consolidada de las Américas, a la que le siguen las dictaduras de Bolivia y Nicaragua. Liberar pronto a Venezuela es una necesidad estratégica.
La dictadura de los Castro en Cuba ha sometido a su pueblo a una permanente crisis humanitaria pero sabe que no va mas. La dictadura de Evo Morales ha tornado Bolivia en otro narcoestado, va solo un par de capítulos atrasada en el libreto venezolano de crímenes y crisis. La dictadura de los Ortega en Nicaragua con un modelo pro burguesía de corte mas somocista que castrista ya está en evidencia. Está mas claro que nunca que existen “Dos Américas”, la democrática y la dictatorial y que las dos no pueden coexistir. Es el tiempo de cero tolerancia alas dictaduras en las Américas.