Carlos Sánchez Berzaín
25 de diciembre 2016
(Diario Las Américas) Termina el año 2016 y el principal eje de confrontación en las Américas se da entre la democracia y las dictaduras del socialismo del siglo XXI (SSXXI), en un permanente choque entre la libertad y la opresión, entre el estado de derecho y el atropello, entre la justicia y la manipulación, entre la libertad de prensa y la censura, entre la previsibilidad y la incertidumbre, entre la seguridad y la corrupción más el narcotráfico, entre la transparencia y la mentira. La agenda de democracia del 2016 ha logrado importantes triunfos que marcan continuas derrotas de las dictaduras puestas en evidencia y señalan su inevitable final.
Para la dictadura cubana, el 2016 marca decadencia y retorno a las sombras del “periodo especial” de los noventa. La normalización de relaciones con Estados Unidos, en su punto más alto con la visita del Presidente Obama, pudo ser una gran oportunidad, pero se convirtió en la constatación de un sistema violador de los derechos humanos, de un régimen despreciable. La apertura muestra que Cuba es el feudo de una dirigencia comunista dueña de vidas y haciendas, que ha convertido a sus ciudadanos en vasallos y a su territorio en una cárcel.
La crisis de Venezuela trajo consigo la disminución del volumen de petróleo que beneficiaba a la dictadura castrista, la crisis de corrupción en el Brasil paralizó inversiones a favor en la Isla, el triunfo del “no” en el referéndum sobre la paz con las FARC en Colombia puso en evidencia el doble papel de simulación del castrismo, y finalmente, murió Fidel Castro, dando lugar a un forzado show que contó con el masivo desaire de los jefes de estado del mundo, mostrando el legado de miseria y crimen. La dictadura ha entrado en fase terminal.
Venezuela empezó con la Asamblea en mayoría absoluta de oposición y la dictadura dedicó todo el año a mantenerse en el poder a como dé lugar, en medio de una crisis humanitaria y una hiperinflación que solo controla con la fuerza y la metodología castrista del miedo. El informe Almagro sobre Venezuela en la OEA y la votación para considerar el mismo que permitió la activación de la Carta Democrática Interamericana por primera vez desde su suscripción, son hitos históricos que señalan la debacle del socialismo del siglo XXI y establecen a Nicolás Maduro como dictador.
El 2016, Venezuela y Cuba perdieron la manipulación ostentosa del Petrocaribe y de otros países en el ámbito internacional, al punto de suspenderse a Venezuela del Mercosur y negarle la presidencia de la entidad. El régimen ha quedado reafirmado como gestor del narco estado en que ha convertido al país. Los presos políticos venezolanos son un estigma mundial y si bien es cierto que Maduro ha evitado el referéndum revocatorio y burlado al pueblo, dejando maltrecha a la oposición con un diálogo tramposo, los mediadores son vistos como parcializados y es evidente que el dictador no puede resistir mucho más. Es una dictadura en agonía.
Rafael Correa en Ecuador ha merecido masivas expresiones de repudio, acosado por múltiples casos de corrupción, derrotado en tribunales internacionales por atropellos cometidos, señalado por el Comité de Derechos Humanos de la ONU por violaciones al debido proceso legal, enemigo de sectores populares e indígenas que lo apoyaron en el pasado, verdugo de la prensa libre, ha llevado a su país a una crisis solo sostenida por la dolarización. La aprobación de Correa se ha desplomado hasta resultar imposible su re postulación para las elecciones del 19 de febrero de 2017 a las que concurre con un candidato títere que, eventualmente, será derrotado en la segunda vuelta, o quien de llegar al poder no podrá concluir su mandato. El 2016 ha sido el año que ha marcado la ingobernabilidad y la inviabilidad del proyecto del SSXXI en Ecuador. Se trata de un dictador en retirada con terror a rendir cuentas.
A Evo Morales Bolivia le dijo “no” en el referéndum del 21 de febrero, derrotándolo pese al masivo fraude. Esto impide su permanencia indefinida y aunque manipula para quedarse, lo único que hace es acelerar su salida apresurada del poder. El 2016 ha marcado a Morales con corrupción, narcotráfico, incapacidad, destrozo institucional, enajenación del patrimonio nacional, deuda externa e interna indeterminadas, sometimiento al castrismo y a los negocios con China, persecuciones políticas judicializadas, crisis económica, impunidad y ausencia de estado de derecho. Pese al control de medios y atropellos contra la prensa su impopularidad crece y sus problemas aumentan. Es un dictador en crisis.
Regionalmente, el caso “lava jato” en Brasil, de corrupción transnacional con Odebrecht y otras empresas, ha mostrado el sistema de corruptela montado por Lula da Silva, ha producido la destitución de Dilma Rousseff y presenta a las dictaduras del SSXXI como una organización criminal. La apurada y forzada paz del presidente Santos con las FARC en Colombia solo ha dejado un pueblo colombiano dividido y confrontado, con un tema más conflictivo que en el corto plazo será una derrota para el receptor de un Premio Nobel deslucido y sostenido por la publicidad oficialista. La firmeza de principios del presidente Macri de Argentina, la derrota del SSXXI en Perú, el desmarque del gobierno de Chile, la manipulación grotesca del proceso electoral por Ortega en Nicaragua que lo ha llevado a superar al dictador Somoza, no son datos menores.
El triunfo electoral de Donald Trump y su próxima toma de posesión como Presidente, es motivo de preocupación para los debilitados regímenes orgullosamente auto proclamados anti imperialistas, más cuando es en sus territorios en los que se originan y sostienen las principales amenazas regionales contra los Estados Unidos en materia de narcotráfico, terrorismo y migración forzada. El lector puede agregar muchos más hechos notorios de las derrotas de las dictaduras del SSXXI en el año 2016, que señalan un final muy próximo.
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy