26 de Noviembre 2016
(La Razón, España) Muerto el dictador, el elemento cohesionador del régimen, la nomenclatura comunista y el pueblo cubano deben elegir entre la continuidad o el cambio hacia la democracia. En el horizonte está la Asamblea Nacional prevista para 2018, en la que se puede perpetuar el sistema castrista
La muerte de Fidel Castro marca la crisis definitiva del sistema dictatorial que controla Cuba. En un sistema esencialmente personalista que gira en torno al dictador, mientras éste respira es el centro del poder y aunque hace diez años Fidel pasó formalmente la dirección a su hermano Raúl, continuó siendo el poder real, porque él era el jefe de la revolución, el personaje internacional, el símbolo, el dueño y la encarnación de la dictadura. En un régimen totalitario esas características y condiciones no se transfieren, permanecen hasta que mueren con el personaje y esto acaba de suceder. Después de Fidel Castro, la nomenclatura castrista y el pueblo cubano se enfrentan a la alternativa entre sucesión o transición.
Sucesión es el reemplazo, la simple «sustitución de alguien en un lugar o en el desempeño de una función», es también la «recepción de bienes de otra persona como heredero o legatario». Transición es cambio, es la «acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto». Lo que Cuba vivió desde el 31 de julio de 2006 con el denominado «traspaso de poder» no ha sido una transición porque nada cambió. Continuó el ejercicio puro y duro de la dictadura con las violaciones de derechos humanos, la falta de libertades, la ausencia de prensa libre, el control totalitario, presos, exiliados, estatismo centralista, miseria, adoctrinamiento, el discurso antiimperialista… y Fidel fue siempre el poder real.
En los últimos diez años Cuba pasó por una sucesión parcial, una suerte de mandato, porque Raúl Castro tomó el gobierno con funciones casi de un primer ministro bajo la sombra del Jefe, del dictador omnipresente que sostuvo silenciosa pero firmemente toda la nomenclatura. La dictadura cubana es la dictadura de Fidel desde el 1 de enero de 1959 hasta el 25 de noviembre de 2016. Los diez años con Raúl al frente son sólo eso, un tiempo de gobierno por encargo del dictador, del hermano mayor, dueño del poder mientras respiró.
Cuando Raúl tomó el gobierno en 2006 lo hizo con la «autorización» de «seguir consultando a su hermano Fidel las decisiones de especial trascendencia». Cuando el 24 de febrero de 2013 un Raúl de 81 años –sentado a lado de Fidel– anunció que dejaría el poder en cinco años, esto es en 2018, lo hizo en el marco de la simulación de institucionalidad que fraguó Fidel para perpetuar la dictadura. Una reunión de partido único totalmente digitada que denominan Asamblea Nacional, que «reelige» como «presidente» al hermano de un dictador que no puede administrar por vejez y enfermedad. Simular cambio para que nada cambie.
Ahora con la muerte del dictador, faltando 15 meses para el anunciado retiro de Raúl como encargado de Fidel Castro, la situación ha cambiado, es muy diferente porque el poder político de la dictadura ha muerto con el dictador, ha desaparecido el elemento esencial de cohesión del régimen. Raúl ya no tiene la figura del poder que lo proteja, ha fallecido el mandante y eso es muy grave en la lucha interna de la sucesión castrista y peligrosa en la posibilidad de transición.
En el escenario de sucesión que supone la continuidad del sistema de opresión, la disputa está abierta entre las viejas y las nuevas generaciones de la élite castrista; también está abierta entre los miembros de las familias Castro (hijos, sobrinos, nietos, yernos) y los que simplemente no son familia. Se trata del reacomodo de los miembros del sistema en los espacios del gobierno, de los privilegios y de la corrupción. Es la lucha para tener más poder en dictadura sin dictador, y nada garantiza que Raúl, sus familiares y entorno se impongan.
La transición tiene sólo un camino y es el de la libertad y la democracia, la sustitución del régimen dictatorial por el respeto a la soberanía del pueblo. En este escenario Raúl tiene aún la posibilidad de usar el poder, que no le durará mucho, para ser el hombre del cambio, «ser el Gorbachov de Cuba», el reformista, el último castrista, el que abra el país a la democracia. ¿Quiere y puede Raúl Castro pasar de ser el heredero del dictador a ser el líder de la libertad? ¿Tomará la oportunidad que le brinda la historia de pasar de verdugo a libertador? ¿Podrá pasar de ser el hermano menor del dictador muerto a ser el personaje respetado que restituya los derechos fundamentales?
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy