Carlos Sánchez Berzaín
29 de febrero de 2016
(Diario Las Américas) Sin otra opción que reconocer la contundente derrota sufrida en su referéndum del 21 de febrero (21F), Evo Morales ha tratado de mistificar el rechazo que Bolivia le ha expresado, volviendo a mentir, echándole la culpa del resultado a la guerra sucia, la conspiración y las redes sociales. Ha anunciado que seguirá con el proyecto político castrista y ha confesado que se trata de una guerra, y que continuará la guerra. Las declaraciones de presidente de los sindicatos cocaleros y jefe del estado plurinacional de Bolivia son confesión de que la guerra que sostiene desde hace mas de diez años es “la guerra contra los bolivianos”.
“Hemos perdido la batalla pero no la guerra” dijo el derrotado para luego explicar que no está en debate el programa de gobierno anti imperialista. Exactamente la retórica castrista de confrontación propia de una dictadura e imposible en democracia. En dictadura el jefe, el iluminado o en este caso el “jefazo” está por encima de todo, de la ley, del estado de derecho, de la libertad y por supuesto de la gente; solo él tiene la razón y cuando no es complacido en sus caprichos o su fraude electoral no alcanza como en el caso presente, le llama a eso “conspiración”. Cuando el pueblo descubre su corrupción y lo agarran con las manos en la masa, con prueba preconstituida y fehaciente con la que cualquier ciudadano hubiera sido inmediatamente detenido por delitos de orden público con penas de más de 20 años de cárcel, le llama a eso “guerra sucia”.
No hay que olvidar que parte de la franquicia y de la estrategia castristas para las dictaduras del socialismo del siglo XXI –aplicada rigurosamente por Evo Morales- es cometer delitos y acusar de los mismos a sus víctimas, como el caso de las 18 masacres sangrientas cometidas en sus 10 años de gobierno (y otras anteriores), de las que el último testimonio público son los 6 muertos en la alcaldía del El Alto días antes al referéndum del 21F, por la que los acusados serán las víctimas sobrevivientes, mientras que los operadores de la dictadura (que solo repitieron acciones de octubre de 2003) quedan a buen recaudo en el oficialismo.
La derrota de Evo Morales el 21F demuestra que en tiempos de la “revolución tecnológica y comunicacional”, los gobiernos por dictatoriales y concentradores de todo el poder que sean, no pueden con las “redes sociales”; que no alcanzan el control de prensa, la censura de la prensa libre, el despido y persecución de periodistas, la compra de medios de comunicación por los jefes del gobierno con palos blancos y bajo presiones, las extorsiones y arreglos con empresarios para convertir sus canales, radios y periódicos en medios para-oficiales; ni el prevaricato a favor del gobierno para que haga propaganda electoral con dinero del estado, ni la malversación de fondos públicos para la campaña oficial, ni todos los crímenes que Morales y su gobierno han cometido y cometen a diario para manipular una “opinión publicitada” en reemplazo de la “opinión pública” que existe por las redes de internet que el dictador ya ha empezado a reprimir.
En democracia el oponente o el opositor son “adversarios” a los que se busca convencer o vencer en el marco de la libertad, pero en una dictadura el que no complace al dictador o no vota por él es un “enemigo” y al enemigo hay que destruirlo, aniquilarlo o someterlo. En ésta diferencia radica el valor de la confesión de Evo Morales -que acostumbra a confesar sus crímenes en conferencias de prensa como el 24 de febrero- diciendo que está en guerra y que “su guerra es contra los bolivianos” que mayoritariamente -más del 70% sin fraude- le han ordenado que deje el gobierno por corrupto, por mentiroso, por violador de los derechos humanos, porque existen presos y exiliados políticos, porque la evo-burguesía y la coca-burguesía ofenden al pueblo, y por un sinnúmero de razones que podrían abarcar todo el código penal.
“Hay guerras que no se pueden ganar” y son las guerras contra la vida, la libertad y el pueblo. Por eso Evo Morales empezó a perder y va perdido. Lo peligroso del momento que vive Bolivia después del 21F es lo que el derrotado -con todo el poder bajo su control- ha dejado claro que hará continuando con su guerra. Evo Morales se propone: perseguir, destruir, coaccionar o comprar a los líderes de los movimientos civiles y políticos que lo derrotaron; quiere intervenir y destruir la libertad de las redes sociales en el internet; va a dejar sin presupuesto ni fondos de contraparte a las gobernaciones y municipios donde ha perdido; va a desarrollar los mecanismos que pueda para destruir organizaciones sociales; en suma, más de lo mismo que viene haciendo con intimidación y violencia. Cuando Evo termine, habrá dejado a los bolivianos con la deuda externa e interna más grande de la historia, con el país convertido en narco estado, con el más alto nivel de confrontación entre bolivianos y sin ninguna institución creíble. Si se lo deja seguir su guerra habrá terminado con Bolivia.
Evo Morales en su guerra contra los bolivianos pretende que no quede nada ni nadie que no lo respalde, o que de lo contrario se “oculte el sol” como amenazó a los campesinos en su fallida campaña de prórroga. Esta es la manera como los Castro les están ganando la guerra a los cubanos, o como Chávez y Maduro le están ganando la guerra a los venezolanos. Lo que estos personajes no aclaran es que “su guerra es por su impunidad”, porque si la democracia retorna no tienen escapatoria. Por eso lo importante del triunfo boliviano el 21F es que se trata del punto de inflexión que marca el principio del fin de los enemigos declarados de los bolivianos: Evo Morales, su gobierno dictatorial y sus mandantes castristas en Bolivia que están en guerra contra los bolivianos hace mucho tiempo.