Carlos Sánchez Berzaín
15 de febrero de 2016
(Diario Las Américas) La ausencia de prensa libre, la liquidación de la división e independencia de los órganos del poder, la falta de frenos, balances y contrapesos en el ejercicio de la autoridad, la instrumentalización de la justicia como mecanismo de represión, la desaparición de sistemas idóneos de fiscalización y rendición de cuentas, en suma, las características de los gobiernos no democráticos del socialismo del siglo XXI, han hecho que en los países bajo su control se viva en un ambiente político y social caracterizado por el engaño, la corrupción y la impostura del gobierno. Los populistas de América Latina han transformado lo que pudieron ser tiempos de crecimiento, progreso y fortalecimiento en “tiempos de fraude y corrupción”.
La característica de los regímenes que han concentrado todo el poder en manos de su jefe de gobierno radica en haber convertido en política de estado las acciones contrarias a la verdad y a la rectitud en perjuicio de sus pueblos, de sus ciudadanos, de la gente a la que dicen representar y a la que supuestamente pretenden favorecer. Se trata del “fraude como política de estado”, de la actividad y del manejo de los asuntos públicos en beneficio propio y de un reducido grupo, con la intención de mantenerse indefinidamente en el poder enriqueciendo ilícitamente en el ejercicio del mismo. El primer engaño de la política de fraude es “disfrazar de interés general el interés y la ambición particular” y aprovecharse de la necesidad de los pueblos hasta llegar a someterlos.
Cometen fraude en la propuesta, fraude en la información, fraude en la administración, fraude en las elecciones, fraude en la toma y ejercicio del poder, fraude en los contratos, fraude para destruir la democracia, fraude en la justicia, fraude en la declaración de sus patrimonios, fraude en todo! Habría que revisar las gestiones de los Castro, Chávez, Maduro, Morales, Correa, Kirchner y Ortega para tratar de descubrir en que no cometieron o cometen fraude, porque la regla de sus actos públicos y privados es el fraude y fraude es corrupción.
En los países con democracia, con alternancia en el poder, con previsibilidad, con cumplimiento de la ley por vigencia del estado de derecho, con obligación de los gobernantes y servidores públicos de rendir cuentas, con igualdad entre los ciudadanos, con control entre los órganos del poder público, con presunción de inocencia, con prensa libre, con libertad de expresión, también hay fraude, pero el fraude y la corrupción son la excepción no la regla y los mecanismos y características de la democracia son los que permiten prevenirlos, detectarlos, exponerlos a la opinión pública, juzgarlos y sancionarlos como corresponda.
Cuando en democracia se señala un fraude quiere decir que el sistema funciona y que el esclarecimiento es posible y previsible. En cambio cuando en dictadura se denuncia o simplemente se pone en evidencia el fraude, la señal del y para el gobierno es que el sistema está fallando porque el fraude y la corrupción son el fundamento, el elemento esencial del régimen, y entonces, tapan el fraude con más fraude y corrupción, lo que establece un “régimen de impunidad” que introduce en el manejo del estado “un sistema de crimen organizado”. Este círculo vicioso sólo cesa cuando se retira a ese tipo de Gobierno y se repone la libertad y el estado de derecho.
Así están las cosas y los cubanos, venezolanos, ecuatorianos, bolivianos y nicaragüenses las conocen y las sufren, como víctimas de los tiempos de fraude y corrupción en que les ha tocado vivir. Cada ciudadano de los países sin democracia afectados por los gobiernos perpetuos es un testigo, los perseguidos, presos y exiliados políticos, los periodistas, empresarios y líderes sociales son testimonio. El estado de derecho y la democracia en tiempos de fraude y corrupción han sido sustituidos por la inseguridad y el miedo, como acaba de suceder en Venezuela donde la dictadura por medio de su Tribunal Supremo de Justicia acaba de imponer –con fraude y corrupción- medidas que no sólo violan el poder y atribuciones de la Asamblea Nacional, sino que condenan a los venezolanos a más hambre y miseria.
En este ambiente se desarrolla en Bolivia el show de fraude y corrupción que prepara el escenario para manipular los resultados del referéndum reeleccionista de Evo Morales, haciendo ganar al sí en contra de más de dos tercios de los bolivianos que quieren que cese el régimen de corrupción y miedo que los oprime. El fraude electoral que viene para el 21F en Bolivia es sólo un acto más de las acciones normales de una dictadura, que no se retrocede ni se inmuta incluso con el “zapatazo de la corrupción” que ha atrapado a Evo Morales en el lecho de millones de dólares y contratos chinos. Frente a la evidencia de fraude y corrupción, más mentira, más fraude y más corrupción es la regla transnacional exitosamente aplicada por el régimen castrista por 57 años y que parece funcionar en sus dominios.
Pero el fraude tiene un límite. Lo demostró Venezuela que luego de sufrir fraude en sucesivas elecciones y por muchos años, derrotó electoralmente a la dictadura el 6D. Lo demostró Argentina que retiró del gobierno al régimen Kirchner y ahora lo está sacando del poder. El final de los tiempos de fraude y corrupción está muy cerca porque están en evidencia. No tardará la Asamblea Nacional de Venezuela en restituir la democracia en su país y el pueblo boliviano en demostrarle al dictador cocalero que los tiempos de fraude y corrupción se acaban porque “no se es impunemente poderoso”.