Carlos Sánchez Berzaín
02 de diciembre de 2015
(Diario Las Amerícas) Las campañas electorales que deben estar caracterizadas por la transparencia, la libertad y la seguridad, han adquirido connotaciones totalmente opuestas en el desesperado esfuerzo de los gobiernos del socialismo del siglo XXI para seguir simulando que tienen democracia y que ganan elecciones. La creciente impopularidad, la crisis económica, la corrupción, la impunidad, la frustración ciudadana, los presos y exiliados políticos, la perpetuación indefinida en el poder, han convertido las campañas electorales de gobiernos dictatoriales como el de Nicolás Maduro en Venezuela, en procesos de “fraude, miedo y violencia”, en los que la propuesta y el mensaje oficialistas son la amenaza, la coacción y el crimen. Sin embargo, esta suplantación criminal está lista para ser derrotada por el voto masivo del pueblo de Venezuela.
El proceso de las elecciones parlamentarias destinadas a renovar la totalidad de los escaños de la Asamblea Nacional en Venezuela, previstas para este 6 de diciembre, son la prueba irrefutable de que “las elecciones no son democracia”. Maduro y su gobierno están demostrando al mundo que las elecciones, uno de los elementos esenciales de la libre determinación de los pueblos, han sido convertidas por los seguidores del castrismo, en simples puestas en escena, manipuladas y constreñidas, para detentar el poder con apariencia de legalidad pero sin ninguna legitimidad. El mundo ya lo sabe.
El oficialismo castro-chavista que controla hoy Venezuela es consciente que no tiene apoyo popular, expresado por ejemplo en la extrema impopularidad (80% de rechazo) de su líder Nicolás Maduro que es insostenible y que se ha convertido en impresentable porque refleja el repudio del pueblo a todo el gobierno y al sistema. El socialismo del siglo XXI conoce de sobra que en mínimas condiciones de democracia y aún en las actuales circunstancias, si el pueblo vota masivamente, el gobierno tiene perdidas las elecciones en Venezuela. Saben que con una mayoría opositora en la Asamblea Nacional el gobierno simplemente ha terminado y con él la intervención cubana. Por eso no aceptaron observadores internacionales imparciales y para ejecutar el fraude se amparan en la seguridad otorgada por actores cómplices que dependen del mismo poder central, como Unasur.
En las elecciones parlamentarias no solo está en juego la elección de parlamentarios, se diputa el destino y la libertad del pueblo de Venezuela, el retorno a la democracia, la terminación de la corrupción y de la impunidad que han llevado a la miseria a uno de los países más ricos de la región. Está en juego la “caja mayor”, el “cofre” que ha permitido el desarrollo del proyecto antidemocrático que hoy se llama socialismo del siglo XXI y que es solo la terrible implementación del “expansionismo castrista” fracasado en los sesentas y recreado por y con el dinero venezolano luego del pacto Chávez-Castro. La pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional de Venezuela, marcará el fin de la intervención castrista en la tierra del Libertador, acabando con el sustento económico a los constructores del “imperialismo castrista”. Evitará a los venezolanos un futuro de pesadilla como el que vive el pueblo cubano, condenado a la opresión o escapar de su país, en situaciones tan crueles como las de los bloqueados hoy en Costa Rica por la dictadura castrista de Nicaragua.
El gobierno venezolano es un títere del castrismo. Existen pruebas públicas de su sometimiento y dependencia absoluta en lo económico, militar, de seguridad, de relaciones internacionales, de educación, justicia, salud, comunicaciones al punto que resulta difícil encontrar un ámbito de la realidad venezolana de hoy, que no esté afectado por el intervencionismo castrista que se autoproclama como antiimperialista cuando ha construido, lidera y se beneficia de un sistema de sometimiento y dependencia.
Por todo lo anterior, el oficialismo en Venezuela no quiere perder unas elecciones que ya están perdidas. Maduro y su régimen ya están derrotados, lo saben y lo demuestran. Los venezolanos han comprobado al mundo que las elecciones parlamentarias no las puede ganar el gobierno ni con fraude. Por eso el mensaje electoral de la dictadura es el “miedo, la violencia y el crimen”. La estrategia dictatorial es asustar al pueblo, ejercer violencia contra los dirigentes, amedrentar a los defensores de la libertad, encarcelarlos, exiliarlos e incluso llegar al asesinato de los opositores en campaña, como ha sucedido con el candidato Luis Manuel Díaz. Como la dictadura venezolana no puede obligar al pueblo a votar por sus candidatos, quiere forzarlo a que no vote, porque con menos votantes el fraude electoral –preparado desde la identificación hasta el voto electrónico- tiene opción de funcionar, incluso con la suplantación de votantes.
El repudio a las amenazas, al miedo y la violencia dictatoriales será la concurrencia de todo el pueblo venezolano a votar en unas elecciones que la libertad ya tienen ganadas. Votar masivamente es el único acto que resta en el valiente y ejemplar proceso de recuperación de la independencia de Venezuela, que cuesta pobreza, persecución, prisión, exilio y muerte. Es el histórico momento en que el fraude electoral, la institucionalización del miedo y la violencia serán vencidos por el voto masivo del pueblo venezolano.