Carlos Sánchez Berzaín
10 de mayo de 2015
(Diario Las Américas) En la difícil tarea de recuperar la democracia, la principal acción que realizan las dictaduras está destinada a mantener divididos y amedrentados a los defensores y luchadores por la libertad y la democracia. Los tienen bajo permanente acoso de una estrategia de fraccionamiento, división y conflicto interno, con el propósito de inmovilizarlos y desprestigiarlos. La unidad de la oposición frente a una dictadura es vista prácticamente como imposible, lo que garantiza su debilidad. Frente a esto es imprescindible concertar la “unidad en el mensaje”.
El mensaje es “el objeto de la comunicación”, es lo que deseamos hacer saber, lo que queremos que el receptor, el pueblo, la prensa libre, la comunidad internacional y los propios adversarios comprendan. El mensaje tiene un contenido e idea principal que es el centro, el objeto de lo que se busca, y que en el caso planteado no debería ser otro que “retornar a la democracia”, “restituir la democracia”, “¡Democracia ya!”.
Un mensaje unificado de esta naturaleza producirá un primer efecto muy importante de lograr que nacionales y extranjeros, afectados y potencialmente amenazados, reconozcan y hagan conciencia sobre la verdadera naturaleza del gobierno. Que se acepte que el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela no es una democracia y que su jefe es un dictador, es algo ya muy claro para los defensores de la democracia, la oposición y parte del pueblo, pero lamentablemente no es completamente aceptado por la comunidad internacional.
Quienes buscan recuperar la democracia en sus países, como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, están de acuerdo que el objetivo de sus esfuerzos y riesgos es eso mismo “la recuperación de la democracia”, que supone la restitución de las libertades, del estado de derecho, de las garantías, del respeto a los derechos humanos, de la libertad de prensa, de las elecciones libres y limpias, sin fraude, de justicia independiente, la finalización de las persecuciones políticas, de las masacres, de los presos y exiliados, etc.
La denuncia y la lucha contra cada una de estas manifestaciones de una dictadura deberían expresar siempre el mensaje de “retornar a la democracia”. Por ejemplo, liberar presos políticos, presentarse en elecciones fraudulentas, denunciar la corrupción, demostrar la judicialización de la represión, son muy importantes –no hay que dejar de hacerlo- pero es solo atacar los síntomas de la dictadura, y la cura de la enfermedad consiste en restituir la democracia, en retornar a la democracia, que el pueblo tenga democracia ya.
Pese a que todos buscan devolver la democracia a su pueblo y a su país, por razones ideológicas, de interpretación política, de conceptos, de muy legítimos y humanos intereses personales o de grupo, de aspiraciones, de confrontaciones del pasado, de desconfianza, y en demasiados casos por la penetración del gobierno dictatorial, los defensores de la democracia se ven divididos. La división de la oposición se demuestra en las protestas, en la presentación de candidatos, en los reclamos sociales, en las movilizaciones, en la comunicación, en las relaciones con el exterior. De esta manera la idea de una oposición con opciones termina en focos de resistencia, muy meritorios pero absolutamente ineficientes para producir el resultado de retornar a la democracia.
La recuperación de la democracia no puede ser tratada como un tema partidista, no puede plantearse como un asunto de espacios políticos ni de participación en el poder porque no existe ninguno mientas no haya democracia. No es una disputa previa de liderazgos, no consiste siquiera en una cuestión ideológica. Se trata de reponer las condiciones de la democracia.
Una vez recuperada la democracia, el espacio para las disputas ideológicas, partidistas, de liderazgo, de programas y de concepciones volverá a ser el normal y permitirá su tratamiento natural. Para eso vale la pena construir la “unidad del mensaje”.