(Diario Las Américas) Miami.- Anunciada la normalización de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, se abre un conjunto muy amplio de cuestiones relativas a que la dictadura se encamine al cumplimiento de los principios de libertad y democracia, sin cuyo logro en el corto plazo, la nueva política podría quedar reducida sólo a una exitosa maniobra castrista. Entre tales cuestiones, una de las mas importantes y poco mencionada es la relativa a las víctimas de la dictadura castrista.
Los estados de las Américas reconocen la “democracia” como “indispensable para la paz y el desarrollo de la región”. Está concebida, descrita, enunciada y aceptada como fundamento y obligación internacional en la “Carta Democrática Interamericana” (CDI), firmada por todos los estados americanos, menos Cuba.
El artículo 7 de la CDI manda que “la democracia es indispensable para el ejercicio efectivo de las libertades fundamentales y los derechos humanos, en su carácter universal, indivisible e interdependiente…”. El artículo 10 de la CDI establece que “la promoción y fortalecimiento de la democracia requieren el ejercicio pleno y eficaz de los derechos de los trabajadores y la aplicación de normas laborales básicas…”. El artículo 11 proclama que “la democracia y el desarrollo económico y social son interdependientes y se refuerzan mutuamente”.
Los principios se aglutinan en los “elementos esenciales de la democracia”, resumidos en el articulo 3 de la CDI: el “respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales”, al que se agregan “el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho”, la “celebración de elecciones libres”, un “régimen plural de partidos y organizaciones políticas” y “la separación e independencia de los poderes públicos”.
Esto permite afirmar que sobre la “democracia” no hay nada que inventar, conceptualizar, ni negociar en las Américas. Lo que si hay son principios muy claros, de vigencia universal, que los gobiernos de todos los estados americanos tienen la obligación de cumplir. La normalidad es la democracia.
La dictadura cubana ha ignorado, violado y desconocido estos principios en los últimos 55 años. De la mano del dinero venezolano aportado por Hugo Chávez, el castrismo ha expandido su influencia y su modelo en los últimos 15 años, al punto de dar fin con los sistemas democráticos en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuyos gobiernos, prácticamente de duración indefinida como su modelo, conforman hoy el grupo de “las dictaduras del socialismo del siglo XXI” en las Américas.
Por su misma naturaleza, la dictadura cubana ha producido millones de víctimas en su territorio y en los países en los que interviene. La dictadura castrista ha generado diversas clases de víctimas: muertos entre fusilados y asesinados; exiliados; perseguidos; presos políticos y de conciencia; huérfanos, viudas; víctimas de sus incursiones guerrilleras y de las guerrillas que organiza, alienta y aún sostiene; masacres y atentados; asesinatos de reputaciones; violencia contra la liberad de prensa; utilización de sus sistemas de justicia como medio de persecución y represión política; víctimas y más víctimas de una exitosa y eficiente dictadura que no ha dejado libertad sin vulnerar ni derecho fundamental sin violar.
Entre las víctimas vivas hay muchas han desarrollado sus potencialidades en la libertad que les ha brindado el exilio. Son personas muy exitosas en diversos ámbitos pero no en su patria; han ganado espacios de poder económico y político; asumiendo la nacionalidad del Estado que los ha acogido, forman incluso parte del liderazgo nacional, pero siguen siendo víctimas.
Normalizar es “regularizar o poner en orden algo que no lo estaba”, significa “hacer que algo se estabilice en la normalidad”. Se trata de un propósito al que nadie podría oponerse si produce un resultado para que Cuba vuelva a ser normal. En el fondo debería tratarse de un proceso que de inmediato evite que la dictadura produzca más víctimas y para devolver su libertad, sus derechos y su patria a las víctimas que han sobrevivido. No parece posible una normalización en sentido estricto, sin las víctimas en el centro del tablero.