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- CARLOS SÁNCHEZ BERZAIN/COLUMNISTA
- vie oct 4 2013 10:12
Corromper es depravar, dañar, pudrir, pervertir, sobornar, estragar, viciar, y en política se presenta por medio del poder y de la función pública para beneficio personal. La corrupción es sin duda una condición lamentablemente presente en toda sociedad humana, pero la cuestión radica en la actitud del Gobierno de cada estado respecto a la manera como se la puede tratar (ignorar, tolerar, asumir o prevenir, poner en evidencia y sancionar).
Un Gobierno debe escoger entre combatir y luchar contra la corrupción, o tolerar, alentar e incluso asumir la corrupción como mecanismo de gestión. La elección es solo entre ser o no ser corrupto.
La actitud de un Gobierno respecto a la corrupción está inicialmente determinada por el marco institucional del estado, esto es por el conjunto de leyes, normas y procedimientos, la permanencia y vigencia de los mismos.
Es esencial el nivel de acceso a la información y la libertad de prensa para que los casos sean conocidos por la opinión pública con entera libertad; fiscales y jueces independientes y libres de presión son imprescindibles; autoridades con obligación de rendición de cuentas y sometidas a control permanente y abierto son la únicas aceptables.
Para una efectiva política contra la corrupción es necesaria la vigencia de los elementos fundamentales de la democracia: libertad, respeto a los derechos humanos, estado de derecho, institucionalidad, libertad de prensa, opinión pública, división de poderes.
Las dictaduras son por su propia naturaleza regímenes por encima de la ley, o sea, al margen de la ley. En las dictaduras el gobernante dicta y somete al pueblo a sus dictados, así sea por medio de sus leyes. Aún con supuesto apoyo electoral, no hay institucionalidad, no hay estado de derecho, no hay respeto a las libertades, no hay prensa libre ni opinión pública independiente, no hay jueces imparciales: hay corrupción.
La corrupción es para los dictadores del siglo XXI una política de estado. Las dictaduras no son sostenibles sin corrupción. La corrupción de origen, que nace con fraude que comenten en las elecciones para simular democracia como ha sucedido en Venezuela y Ecuador, Bolivia y Nicaragua; se sostiene con la liquidación de los adversarios políticos y de los líderes de opinión que no se subordinan, y se consuma con la suplantación del orden constitucional y legal.
La corrupción de ejercicio se evidencia en sus Gobiernos plagados de nepotismo, donde han creado “familias reales” que se consideran como parte del poder, pero sobretodo de sus beneficios, como el clan de los Chávez o el hijo de Maduro en Venezuela.
Cuando los países controlados por los dictadores del siglo XXI incrementan su condición de productores, exportadores y comercializadores en la cadena del narcotráfico. Cuando exhiben la multiplicación de “nuevos ricos” como la “boliburguesía” en Venezuela, o los parientes y socios del presidente o vicepresidente en Bolivia, o el gran hermano y el gran primo en Ecuador, o la pública demostración de su fortuna en Nicaragua.
Cuando los pueblos no pueden conocer el monto y detalle de la deuda de sus países, como en los créditos chinos, o cuando compran chatarra a precio de alta tecnología.
Todos los dictadores del socialismo del siglo XXI son dueños directa o indirectamente de medios de comunicación, de empresas contratistas, de recursos ilimitados para su acción política y del estado mismo (como sucede en Cuba y en Corea del Norte).
Son compradores compulsivos y viajeros impenitentes, con aviones nuevos. No hay nadie que los controle y menos –por ahora- que les pueda pedir cuentas. Estos gobernantes son solo la cabeza de grupos de corrupción a los que alientan con la impunidad y protegen desde el poder. Esta es la forma como le cuentan a sus pueblos –en otro acto de corrupción- que luchan contra la pobreza y se oponen al capitalismo. *Abogado y politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy