Diario Las Americas
Publicado el 10-01-2010
Por Carlos Sánchez Berzain*
Las elecciones en los países controlados por el socialismo del siglo XXI se han convertido en el mecanismo de administración de la continuidad y perpetuación en el poder, que los presidentes de estos gobiernos utilizan para dar la apariencia de que son democracias. Los gobiernos de este proyecto político autoritario y transnacional, llegan a equiparar elecciones con democracia, para desconocer todos los elementos esenciales como la libertad, participación política y división de poderes que mínimamente contiene la democracia.
Nunca antes de la toma del poder por los gobiernos de Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua, se habían presentado tantos procesos electorales en tan poco tiempo.
Elecciones nacionales, plebiscitos, referéndums, constituyentes, elecciones parlamentarias y locales, han sido proliferadas deliberadamente, en el entendido de que con estas se legitiman, a tiempo que los gobernantes autoritarios se apoderaban del control y voluntad de los órganos electorales otrora independientes.
Además de hacerse del control de los organismos encargados de administrar las elecciones, los gobernantes del socialismo del siglo XXI –luego de suplantar la Constitución Política del Estado- se encargan de dictar leyes y disposiciones destinadas a tener ventaja electoral, tales como la modificación de circunscripciones, el desconocimiento de la proporcionalidad, en suma la consolidación de diferentes formas de ventaja, trampa o preparación de fraude electoral.
Complementariamente a las citadas acciones legislativas y reglamentarias, proceden con actos de hecho en la “preparación electoral”, tales como control de la identificación de las personas (en Bolivia a cargo de una misión cubana), traslado de ciudadanos adherentes al gobierno a comunidades que son contrarias, mecanismos de depuración, voto electrónico controlado, e incluso el denominado “voto comunitario” por el cual comunidades completas son obligadas a producir un resultado electoral totalmente favorable al gobierno a cambio de obras o prebendas o bajo amenaza de perder derechos adquiridos.
Teóricamente no es poca la discusión que estas situaciones motivan, ya que cuando todo esto está montado, las elecciones son aparentemente limpias, tranquilas y por lo tanto transparentes, “oficialmente exentas de fraude”. Los observadores electorales que el gobierno desea, frecuentan las elecciones y certifican la normalidad de las mismas, sin poder decir nada sobre los “actos preparatorios” de tal normalidad, que han sido una suma de trampas.
Pero además de todo esto, los autores de todas estas irregularidades no tienen ningún empacho en confesarlas y ufanarse públicamente de ellas como acaba de suceder con el presidente Chávez en Venezuela que luego de sufrir una derrota en las elecciones parlamentarias de su país, ha puesto en claro como planificó deliberadamente las trampas para continuar teniendo mayoría. O más claro aún, como Evo Morales, quien esta semana declaró pública y abiertamente que hizo “trampa” para hacer convocar y postularse en las elecciones donde apareció como ganador.
Lo que la oposición venezolana acaba de demostrar es que el “fraude electoral”, o sea aquel que se puede cometer el día de la elección puede ser reducido con un proceso de participación y movilización, con un control electoral efectivo gracias a la unidad de los defensores de la democracia y a la participación del ciudadano común. Lo que aún no se puede revocar y evitar son los actos de “trampa electoral”, que conforman básicamente las violaciones premeditadas a la igualdad de los participantes en una elección, para favorecer al presidente y a su gobierno. Para eso cambiaron las constituciones e hicieron sus leyes y así lo declaran y utilizan. Una nueva constatación de la franquicia antidemocrática del socialismo del siglo XXI.
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*Abogado Constitucionalista, Master en Ciencia Política, ex Ministro y Parlamentario de Bolivia.