Diario de Las Americas| 14 de Abril del 2008
Carlos Sánchez Berzain
Crisis de estado, crisis de nación, crisis de sociedad civil en pleno curso, y crisis económica que no tardará en llegar; crisis del sistema y de la democracia misma; la soberanía en crisis por la intervención Cubano-Venezolana; un gobierno ineficiente y corrupto; un país ahora dividido por razones étnicas, culturales, sociales, políticas, regionales y económicas. Todo esto promovido y sostenido por Evo Morales, nos muestra la dimensión de la crisis boliviana.
Luego del periodo de estabilidad política y económica que comenzó cuando el Presidente Víctor Paz Estensoro puso en marcha la nueva política económica el año 1985, a fines los noventas se presentó una crisis en el sistema de partidos políticos. El año 2000 con la denominada guerra del agua y los bloqueos del altiplano -en el gobierno del Gral. Hugo Bánzer- se podía entrever una crisis de estado.
El derrocamiento del Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada producido el 17 de octubre de 2003, puso en crisis al sistema democrático. Aunque esto trató de ser presentado como un punto de inflexión en el que se había derrotado al neoliberalismo y defenestrado a los políticos tradicionales, fue una ruptura del sistema democrático, fue el mejor movimiento sedicioso de Evo Morales, y fue también el primer resultado exitoso de los planes Cubano-Venezolanos para controlar la región. El gobierno de Carlos Mesa –gestado en la traición- solamente ahondó la crisis, al punto que se tuvo que acudir al gobierno transitorio del Presidente de la Corte Suprema de Justicia para realizar elecciones en diciembre de 2005.
El triunfo electoral y la toma del poder por Evo Morales en enero de 2006, dejó temporalmente en el olvido que Evo había sido un permanente conspirador contra el sistema democrático defendiendo violentamente la coca ilegal y generando confrontaciones en las que siempre buscó resultados fatales y ventajas políticas que debilitaron la democracia. En un momento de zozobra de la confianza nacional, Morales convenció a la sociedad boliviana que se operaba un cambio, que había terminado una etapa de la historia, que empezaba un nuevo y mejor ciclo en el país, y que la crisis había sido superada.
Desde la presidencia, el líder cocalero implementó una agenda destinada a destrozar la institucionalidad democrática, a generar mayor centralismo y promover el totalitarismo siguiendo el modelo de Cuba y Venezuela. Entre otras cosas, se apoderó del Poder Judicial, destrozó el Tribunal Constitucional, quebró la institucionalidad de las Fuerzas Armadas y sometió a sus mandos a prebenda pública, acabó con la independencia del Banco Central, subordinó las superintendencias, eliminó la libertad de prensa, eliminó la independencia de la Corte Nacional Electoral, volvió al estatismo e instauró un sistema de control y represión implementado y operado por extranjeros (cubanos y venezolanos) que hoy es su instrumento preferido para amenazar a quienes defienden la libertad y la democracia de Bolivia.
Evo promovió y puso en marcha la Asamblea Constituyente, con el propósito de sustituir la Constitución Política por un texto que por lo menos le permita: perpetuarse en el poder, eliminar a sus adversarios políticos, construir un sistema de partido único, tener el control absoluto del Estado y desconocer las autonomías departamentales que tienen masivo respaldo popular en cuatro departamentos. Impulsó publica y personalmente la confrontación racial, social y regional entre bolivianos, ejecutó acciones de fuerza con sus grupos de choque denominados “movimientos sociales”, enlutó nuevamente al país y produjo una crisis de Nación. Por medio del engaño y la fuerza dio por aprobado un apócrifo texto del proyecto de su constitución que la mayoría del país rechaza y cuyo sometimiento a referéndum detonó nuevamente el conflicto nacional.
En lo económico, convenció a propios y extraños que nacionalizó el gas, cuando solo re-estatizó las de acciones de propiedad de los bolivianos, confiscándolas sin indemnización alguna, sin afectar una sola acción de las inversoras extranjeras, a las que si impuso nuevos contratos y contribuciones que han hecho de Bolivia un país condenado a no recibir inversiones. Cosechando los frutos de 20 años de estabilidad económica, aprovechando los resultados de la capitalización que tanto sataniza y con el alza de los precios de las materias primas, Morales goza de un extraordinario momento de la economía, con el que esta produciendo inflación, escasez e incertidumbre y generando las bases para una nueva crisis económica.
Para peor, el presiente cocalero persiste en su “exitosa” política de mayor tensión e insiste en sus posiciones para profundizar aún mas la crisis.